Alimentación y emociones
¿Debo vencer la alimentación emocional?

La comida tiene una enorme importancia en nuestra cultura. Pasamos gran parte de nuestra vida festejando con comida.
Mostrando amor o cariño con comida
Nos premiamos con comida… 
Nuestra alimentación está llena de componentes emocionales y sociales a los que no podemos dar la espalda. 
Desde que somos muy pequeñitos, casi con nuestra primera respiración, las madres se llevan a sus bebés al pecho y comienzan a amamantarles. Este gesto no sirve solo para alimentar a la cría, hay mucho más. En ese momento, mamá y bebé comienzan a formar un vínculo indescriptible que seguirá creciendo y cambiando a medida que pasa el tiempo. El bebé soltará poco a poco el pecho de la madre o el biberón pero la función de alimentar de sus cuidadores no se termina. 
Con el tiempo, se van construyendo de manera natural todos los rituales que ya conocemos alrededor del acto de comer. 
El día de nuestro cumpleaños nuestros seres queridos nos regalan nuestro plato favorito, salimos a festejar nuestros logros con un buen banquete y todos aquellos momentos de los que queremos acordarnos en el futuro van acompañados de un buen menú. 
La relación entre comida y emociones es algo humano, como es la relación entre nuestras emociones y cualquier otro elemento de nuestro contexto. Las emociones son el lenguaje de nuestro cuerpo, ¡cómo no va a decir nada de la comida!

Nuestra alimentación es un fenómeno complejo. Por un lado, cumple la función de nutrir nuestro cuerpo para que se mantenga sano y en acción, pero también cumple otras funciones como la social, la de regulación emocional, de placer… ¿Debemos renunciar a ellas? La respuesta es rotundamente NO. 
Se que últimamente hemos leído mucho sobre “hambre emocional” demonizando este concepto. Está bien diferenciar entre el hambre fisiológica y el hambre emocional, pero no debemos posicionar una en el lado luminoso de la fuerza y la otra en el lado oscuro. Identificarlas nos sirve para atenderlas correctamente, para aprender a gestionar cada una de ellas y saber que cuando el hambre emocional aparece lo que está ocurriendo es que estoy sintiendo una emoción, que esta emoción me quiere decir algo y debo atenderla, y que una de las posibles estrategias para regularlas es comer. Esto “per se” no es un problema, el problema llega cuando no identifico, no etiqueto y no soy capaz de atender esa emoción, cuando mi única estrategia de regulación es comer y cuando esto es algo que además me impide o dificulta llevar la vida que quiero, pudiendo escalar a un problema mayor como un trastorno por atracón u otro TCA. 

Trabajar una relación problemática con la comida es como trabajar cualquier otra relación. Debemos primero buscar que acciones están contribuyendo a que el problema persistas, cuál es el círculo vicioso en el que estoy encerrada y trabajar para salir de él. Suena parecido a lo que haríamos en una relación marcada por patrones disfuncionales como dependencia emocional o celos, ¿verdad?. 
Cuando trabajamos en mejorar otras áreas de nuestra vida no se nos ocurre acudir a restricciones sumamente rígidas sino que elegimos entrenar habilidades y desarrollar conductas alternativas que nos ayuden a conseguir el cambio que buscamos. Cuando una persona tiende a posicionarse en un rol de víctima y sumisión en las relaciones, facilitando que su pareja adopte un rol paternalista, no le decimos a la persona que la solución es que evite las relaciones sentimentales, sino que tratamos de ver que comportamientos contribuyen a que se produzca esta interacción y trabajamos con aquello que está en la mano de la persona para cambiarlo, facilitando que se produzca interacciones diferentes en la pareja. Cuando alguien nos consulta porque tiene problemas a la hora de hablar en público no le decimos que evite dar conferencias. Y así con otros ejemplos. Con la alimentación debería ser igual. No deberíamos trabajar patrones de alimentación disfuncionales basándonos en la restricción de alimentos concretos o en la prohibición de conductas. El trabajo debe ir más allá y debemos tratar de identificar los problemas subyacentes, que pueden ser derivados de una mala regulación emocional, pueden estar relacionados con conductas aprendidas en la familia, una atención excesiva a la imagen corporal, expectativas desajustadas…
El trabajo en alimentación está encaminado en esta dirección, y aunque aún falta mucho recorrido, poco a poco vemos como los profesionales eligen tratamientos que no se quedan en lo puramente nutricional, sino que la dieta es un componente más de un tratamiento integral que aborda otros aspectos de la vida de la persona. 

En estas fechas este tema se hace especialmente sensible y mi formación en nutrición y psicología no me permitía dejar pasar el momento de dedicarle unas líneas.
La temporada navideña nos envuelve en un festín de sabores y emociones, creando un espacio donde la comida juega un papel central. Reuniones y reencuentros son los protagonistas semanales y todos estos momentos especiales ocurren alrededor de una mesa llena de comida.
Lo que para muchos es época de disfrute, para otros se convierte en una auténtica batalla contra sí mismos y su entorno. Los medios que no paran de mandarnos mensajes de como deberíamos estar practicando nuestro disfrute para que sea digno de estas fechas, los eventos que no nos queremos perder, la tiranía de la imagen y nuestra propia exigencia se convierten en un tremendo «cóctel molotov anti-felicidad” para aquellas personas que están sufriendo por algún tipo de problema en relación a su alimentación o la percepción de su cuerpo.
Venimos de escuchar, leer y ver recomendaciones de lo que deberíamos o no comer, muchos de nosotros venimos además acumulando un sin fin de dietas restrictivas a nuestras espaldas y sus respectivos fracasos, porque en todas esas recomendaciones nadie nos dijo que parte de cuidarse es permitirse disfrutar. Y tras todo ese discurso de alimentación saludable, llega la culpa por no haber cumplido, por haber caído en la tentación. ¡Ese maldito polvorón!
Pero como he dicho antes, la alimentación es mucho mas que nutrición, es un fenómeno social. 
Yo te quiero dar un consejo, esta Navidad guarda la báscula y permítete disfrutar sin restricciones pero con sentido común. Disfruta de la compañía, alimenta tus recuerdos y no te culpes por ello. Saborea no solo la comida, también el momento

Pd: Si estás sufriendo un problema relacionado con tu alimentación te recomiendo que consultes con un profesional. Si queremos cambios duraderos en el tiempo en muchas ocasiones no basta con planificar a nivel nutricional, hay que trabajar también en el nivel relacional y el emocional.

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